jueves, 1 de mayo de 2014

Conversamos con Marc Martínez, actor y director de teatro, sobre lectura, palabras y proceso creativo

“Intento penetrar en la escritura, descubrir al autor… y que sus palabras calen en mí, dejarme conocer por todos a la vez: autor, personajes, palabras, silencios...”


Fotografía cedida por Marc Martínez

Marc, no siempre se tiene la oportunidad de hablar con un actor y director de teatro sobre lectura y palabras. Por eso ésta es una ocasión especial, puesto que el próximo 22 de mayo subirás al escenario del Auditorio del CaixaForum de Barcelona para compartir una lectura en voz alta con el público asistente a la 6ª edición del Festival Tiflollibre.

Sabemos que “El Principito” sigue siendo uno de tus libros de cabecera. Un clásico. Dinos, ¿qué es la lectura para ti? ¿Cómo te acercas a ella? ¿Qué te ofrece?

MARC:

Qué maravilla leer, ¿verdad? Pero la lectura forma parte de mis trabajos (hoy en día tenemos que hacer tantos… para salir adelante): actor, director, adaptador, profesor… por lo que podríamos decir que peco bastante de “en casa del herrero…”.

Nosotros nos pasamos el día leyendo cosas. Y lo que es peor, releyéndolas hasta la saciedad. Infinidad de escritos, desde los maravillosos monólogos de los grandes autores… a los diálogos, a menudo imposibles, de las series de televisión. El hecho de tener que memorizar un texto puede convertir según qué lectura en un ejercicio insoportable... pero necesario.
De vez en cuando, sin embargo, y de una manera compulsiva, me sumerjo en la inmensidad de algunas lecturas; y digo algunas porque cuando lo hago tengo siempre cuatro o cinco libros en danza. Es decir, que soy actor y lector por obligación, pero esporádicamente me pierdo durante horas… ¡incluso días!, en el oasis que me proporciona la lectura apasionada de un buen libro.

Yo no me acerco a los libros, ¡los libros me rodean!, comparten mi casa conmigo. Suelo leer las reseñas en la prensa o en Internet, es algo que siempre me ha gustado, como el que lee la crítica de una peli o de una obra de teatro. De hecho, creo que las de libros son más fiables ya que el soporte es parecido. Sin embargo, juzgar un grupo de rock o un número de payasos, en cuatro líneas, con cuatro adjetivos resultones me parece, cuanto menos, complicado; diría más, puede llegar a ser aberrante.

Hasta hace poco me costaba bastante engancharme a la ficción; tiraba más de poesía, ensayo, novela histórica, literatura sobre técnicas, ciencia o investigación… pero últimamente estoy leyendo más esas vidas inventadas de otros, con personajes, tramas interminables, emociones a flor de piel y todo eso… ¡ Oh, la ficción! Será porque trabajo menos de actor. (Risa de Marc)


Fotografía cedida por Marc Martínez

Hablando un poco más acerca del lenguaje y de tu oficio, ¿cómo te enfrentas a los textos, cómo los moldeas y los haces tuyos? Háblanos de tu proceso creativo.

MARC:

En este momento, debido a mi faceta como profesor de interpretación, estoy leyendo mucho acerca de los diferentes procedimientos a la hora de abordar un texto. Hay infinidad de métodos de actuación… ¡pero todo el mundo sigue empeñado en inventar el suyo! De momento, me conformo con intentar entender cómo llega, cada uno de ellos, siendo tan diferentes, a sitios tan parecidos.

Cuando trabajo un texto, un guión, una simple separata para un anuncio o un casting, procuro no enfrentarme a él. Simplemente, lo leo… y releo. Intento penetrar en la escritura, descubrir al autor… y que sus palabras calen en mí, dejarme conocer por todos a la vez: autor, personajes, palabras, silencios... Es la primera fase del proceso. Me pierdo en las profundidades de lo escrito con el propósito de hacer el camino inverso que hizo en su día su autor al concebirlo. Me pongo las gafas de buceo, me libero de mi razón facilitadora y de mi paternalista conciencia… y me tiro a la piscina, mejor dicho, me tiro de cabeza en alta mar y desciendo… para ir descubriendo todas esas cosas que me ayudan a interpretar y que empiezan con la letra “i”: inconsciencia, impulso, intuición, imaginación…

Más tarde, ampliados así, y para cada caso, los límites de mi capacidad creativa, permito que entre en acción la cabeza pensante, la que ordena, abrillanta, matiza y da esplendor al trabajo final. Es el momento del análisis, de las reflexiones, de las búsquedas en Internet… pero procuro no dejar que esto suceda antes de ese primer baño o bautizo de libertad absoluta que constituye el primer contacto con el material.


Fotografía cedida por Marc Martínez

En los años 2001-04 desarrollaste con PLATEA SOCIAL un ciclo de lecturas dramatizadas llamado “¿A estas alturas… Lecturas?”.  Y a mi no se me ocurre mejor título puesto que la lectura en voz alta no es muy común en nuestro país. ¿Qué descubriste en ese proyecto?

MARC:

Nos pasamos tres años ¡leyendo teatro! Fueron cerca de treinta experiencias alrededor de las lecturas dramatizadas y sus diferentes modalidades; pero, sobre todo, destacaría que fue una experiencia absolutamente enriquecedora porque permitió que actores de procedencias y estilos muy diversos se juntasen por primera vez en un ciclo abierto para leer teatro, sin más pretensión que esa, para dar salida a nuevos textos, para desempolvar joyas que no habían sido jamás leídas, o para levantar proyectos –algunos de los cuales incluso luego llegaron a materializarse encima de un escenario como verdaderos montajes teatrales– poniendo voz a historias que necesitan ser vistas en voz alta para mostrarse en toda su plenitud y reivindicarse dramáticamente… como teatro que son.
Es muy difícil leer teatro sentado en el sofá, siempre se ha dicho; y además, creo que es cierto. De la misma manera que se ha dicho muy poco que es una delicia asistir a la lectura de una obra de teatro, más o menos dramatizada, y escuchar como nace y se defiende cada personaje, como la voz los va modelando y definiendo, como toman vida ante nuestros ojos. A diferencia de la novela, el teatro, no es que lo necesite, sino que pide a gritos algún modo de representación.
He asistido a algunas lecturas de fragmentos de novelas, y han sido siempre veladas… excesivamente densas. Creo que la novela está escrita para ser leída, así de sencillo, y ese es precisamente su objetivo, en la intimidad del tú a tú, en la cama o el tren, y que gana en la distancia corta, en modo silencio, cuando sintoniza con la velocidad de cada uno de los pensamientos… Todo lo contrario que el teatro, que adquiere sentido en el preciso instante en que las palabras del autor salen de la boca del actor… y el público las recibe, todos a una, en ese preciso momento, en vivo y en directo, convirtiéndolo en una experiencia colectiva, y, por lo tanto, SOCIAL.

Fotografía cedida por Marc Martínez

Dame 2 razones fundamentales por las que se debería apoyar la lectura en voz alta.

MARC:

1. Porque la voz es un instrumento único y muy complejo, y sus posibilidades son infinitas, por lo que multiplica caleidoscópicamente el poder de la palabra escrita. Hay arquitectura en la voz, es tridimensional. En el momento en que oímos, activamos otras zonas de nuestro cerebro que conectan directamente con las emociones y con los sentidos, porque la voz es música. Cuando leemos también nos emocionamos, pero el proceso es eminentemente racional ya que la comprensión lectora se produce en el hemisferio izquierdo y ya sabemos quién manda allí.

En voz alta, y clara, porque así es como más y mejor comunicamos. No sirven ni el susurro, que puede llevar a malentendidos o a medias interpretaciones, ni el grito, que distorsiona y deforma lo dicho. Podemos hacer entender nuestro mensaje o nuestra historia mucho mejor si la leemos en voz alta porque la compartimos, porque estamos abriendo la experiencia y permitimos que intervengan en el proceso otros factores, otros actores, que, sin lugar a dudas, la enriquecen. Promovemos el análisis, el debate y el diálogo, si leemos en voz alta.

2. Porque leyendo en voz alta aprendemos a escuchar. Da igual que seamos lectores u oyentes, el ejercicio es obligado. La lectura en voz alta exige un elevado nivel de atención en el que se escucha, pero a su vez facilita la comprensión de lo que leemos u oímos por la propia plasticidad de la voz, por su cualidad, sus silencios, o el ritmo que utilicemos. Algo que, en la lectura individual, la que se hace en silencio –no sabría cómo llamarla–, se pierde. Aunque considero que, de la misma manera, la lectura callada es importantísima y desarrolla aspectos como la imaginación, la abstracción, la lógica, la concentración… indispensables per la posterior lectura en voz alta. Es decir, una como antesala de la otra, como preparación.

La lectura en voz alta, cuando uno está solo, ya es importante y como he dicho anteriormente tiene notables beneficios para la salud, pero si además tenemos la oportunidad de practicarla en grupo, en público… adquiere entonces una dimensión colectiva, casi litúrgica, que la aproxima indiscutiblemente a la representación teatral.

No he desaprovechado en mi vida ni una sola ocasión de hacerlo, y creo que una de las primeras veces fue cuando, a los nueve años, el cura que nos enseñaba catecismo preguntó quién de nosotros –éramos quinze o veinte– quería leer unos fragmentos de la Biblia en la Iglesia del Carmen, en el barrio del Raval, el día de nuestra Primera Comunión. Evidentemente, ¡no falté a esa primera cita con la lectura en voz alta! Ese día leí como los ángeles. Todavía lo recuerdo como uno de los días más especiales de mi vida. Y ¡qué bien sonaba aquella iglesia, qué acústica!

Fotografía cedida por Marc Martínez

Tal vez muchos no sepan que vienes dedicándote a la docencia desde hace mucho. ¿Qué te llevó a querer pisar ese terreno?

MARC:

¡Lo he hecho siempre!, desde el primer día. Tengo la imperiosa necesidad de querer compartir siempre cualquier cosa que aprendo. Pero no sé si es una virtud o un defecto. Podría decirte que todo empezó una mañana lluviosa en el Milà i Fontanals, cuando hacía COU; nuestro profe de teatro, Ignasi Roda, se ausentó durante un tiempo y nos quedábamos sin jefe y, por lo tanto, sin teatro. ¡Talia, eso no puede ser de ninguna de las maneras! Y se me ocurrió ofrecerme como… digamos, coordinador de la compañía. Mis colegas aceptaron la propuesta y seguimos para bingo. A partir de ahí, no me limité a actuar sino a ejercer, poco a poco, y hasta el día de hoy, de observador, facilitador y moderador del trabajo escénico del grupo; llámale, a dirigir.

Fotografía cedida por Marc Martínez

Debería confesar también que, cuando tenia nueve o diez años, a la salida del cole, por la tarde, cuando se decide qué hacemos, dónde vamos, a qué jugamos hoy… yo intentaba convencer a unos cuantos de que la mejor opción era, sin duda alguna, subir a mi casa –vivíamos en un ático minúsculo pero con una terraza enooorme!– y, con la excusa de una buena merienda –pan con mantequilla y colacao–, sentarnos alrededor de la mesa y ponernos a jugar a profes. No a hacer los deberes, no. Yo hacía de profe y ellos de mis alumnos. Sí, era muy repelente, pero creo que es mi verdadera vocación. Me encantaba compartir lo recién aprendido… y, además, mataba dos pájaros de un tiro porque ¡estaba representando un papel!

¿Cómo se viven los textos desde el otro lado del escenario y de la pantalla, desde la postura del que entrena, del que enseña?

MARC:

Es una ¡muy buena pregunta! No me suelen hacer preguntas tan interesantes, los periodistas. Bueno, últimamente, no me suelen preguntar nada, la verdad. (Risa de Marc)
Se viven de manera muy diferente, porque, en primer lugar, nosotros, los directores, o los profesores, lo hacemos desde fuera, siempre hay una distancia, desde el principio, desde la primera lectura al día del estreno; y sabemos que en ningún momento vamos a pasar esa raya, a estar dentro, viviéndolo, sintiéndolo como ellos. El proceso, en nuestro caso, es mucho más racional, analítico y externo –a pesar de que yo, de quien más me fío, es de mi inconsciente, y de mis intuiciones y mis sueños–, pero ese estar fuera, o abajo, te da una especie de… relax, y también, ¿por qué negarlo?, es un salvoconducto que te permite transitar de arriba abajo y de fuera adentro. El director puede actuarte una muerte ¡en un segundo!, o disertar sobre el alma ¡un día entero!... pero luego se sienta otra vez en platea. Es un instante de riesgo; ¡el actor vive en la cuerda floja! 

Estas son algunas de las ventajas del demiurgo. Que, de todas formas, sirven, más que nada, para compensar la envida sana que te genera ver a los actores siendo. Se suele decir: “¡Claro, desde fuera, es muy fácil!”, y no es cierto, porque es muy complicado estar en ese extraño lugar, pero la sensación que se tiene desde el escenario es esa. Y yo tengo un tremendo respeto por el trabajo de los actores; de los buenos actores.

El buen actor debe realizar un trabajo muy complejo, y lo hace con su voz, con sus gestos, a través de sus emociones, que aunque no sean reales deben parecerlo… por eso su naturaleza es tan delicada y extremadamente vulnerable.




Explícanos tu proyecto más inmediato.

MARC:

MAL MARTÍNEZ: Quiero salir a escena solo, ese es mi reto. Seguramente lo haga acompañado de mi guitarra cadete y de mis recuerdos, pero proyectando hacia el futuro un montón de cosas que llevo dentro. Son las mismas cosas que cuento en las cenas de amigos, en clase, o cuando dirijo, cuando escribo, o cuando te enredo… pero, por primera vez, tengo la necesidad de hacerlo solo y en el escenario. Me interesa el teatro como herramienta de transformación social, y cada vez menos como un mero entretenimiento, pero sobre todo me fascina cuando se hacen las dos cosas a la vez.
Estamos en fase preparación, de preproducción, como decimos nosotros, pero seguramente en medio año se podrá empezar a ver algo por algún escenario de mala muerte. Intentaré encontrar aforos mínimos, muy reducidos, y poner las entradas muy baratas, regaladas, si puede ser; ¡es la única manera de triunfar que nos queda en el teatro!

¡Una entrevista fantástica!  Esperamos que el lector la disfrute tanto como nosotros.
Marc, muchas gracias por sumar tu talento a  Tiflollibre 2014. ¡Éxitos, y muchos, MAL MARTÍNEZ!